domingo, 30 de noviembre de 2014

Ira, ira, ira.

La ira que estoy sintiendo no conoce límites.

En los momentos de dificultad es cuando uno se da cuenta de lo insoportables que pueden resultarle ciertas personas; aunque en mi caso también es cuando me doy cuenta de mis peores defectos.

Tengo ira. Mucha ira por la incomprensión y por el desagradecimiento. Por los que pudiendo ayudar, no lo hacen. Por los que dicen ayudar con condiciones después de haber causado tanto daño. Por los que se quedan ahí, chupando la poca sangre que le queda al herido. Por los que se creen con el mínimo derecho de dar consejos y guías de vida cuando son los principales obstáculos en sus vidas y en las de los demás. Por esos mismos que además se creen con mayor autoridad aún para juzgar a otros solo para encausar sus propias fallas y sus propios descontentos.

Tengo rabia. Suficiente para gritar, golpear y quedarme callada mientras planeo la forma de derramar más sangre. Tengo ganas de hacer una lista de aquellos de quienes no quiero volver a saber en mi vida. Quiero escribirles una nota de despedida, de esas alegres, de esas que se firman diciendo "será un placer no volver a saber de ti". Suficiente también para arrojarle un vaso de agua al próximo que me crea tan absurdamente ingenua como para decirme que "todo es para bien", que "todo va a mejorar". No, no todo va a mejorar. En la realidad y en las películas se ven vidas que solo caen en un eterno casi sin fin, siendo el mejor y único final posible la muerte.