martes, 9 de julio de 2013

La bailarina

Tengo muchos defectos. Uno de ellos que tiendo a creer en brujas, espiritistas, astrólogos y demás profesionales del gremio de la predicción... y les creo más si me dicen cosas buenas. No importa si la historia y la estadística se empeñan en contradecirlos.

Hace unos meses uno de estos brujos me dijo que en una vida pasada había sido bailarina. Sí, si creo en las vidas pasadas.

Pero el punto no es mi credulidad en temas esotéricos. El punto es que en esta vida no he tenido suerte en el baile. 

En mi familia extendida soy, como me he autodenominado, la “generación perdida”. Nací 13 años después de mi hermana mayor (Creo que fui una de esas sorpresas tardías para los padres. Mis padres obviamente lo niegan) y todos mis primos son contemporáneos con mi hermana. La generación siguiente inició con mi sobrina, y le llevo 12 años... así que contrario al resto de mi familia, nunca tuve hermanos o primos contemporáneos para desarrollar ciertas actividades como jugar, bailar, salir o pasar las vacaciones. 

En un acto de extremo conservadurismo o infinita sabiduría, mi padre decidió que yo estudiara en un colegio católico de monjas. Traducción: el colegio era femenino, alejado de la perversa influencia de hombres (en este caso niños/jóvenes) de mi edad. A pesar de que esto me parece un poco extremo (no hay universidades femeninas, así que en algún momento tendría que enfrentarme al universo masculino), creo que al final fue una buena decisión: me divertí bastante en mi vida colegial con todas mis amigas y no creo que un colegio mixto hubiera tenido un impacto positivo en una niña que tooooda la vida fue de las más gordas del salón. Por el contrario en mi colegio, ya que siempre tuve las mejores notas (a pesar de no ser la más estudiosa), mis compañeras me respetaban; obviamente no todas eran mis mejores amigas, pero me respetaban... adivinen cuanto respeto habría recibido en el bachillerato de hombres adolescentes, inmaduros mentalmente, con furor de hormonas (disculparán la(s) redundancia(s))... en el mejor escenario, me habrían ignorado; en el peor, habría sido el blanco del 90% de las burlas, bromas y comentarios soeces (el 10% restante se lo dejo a los profesores).

Con estos antecedentes se puede entender fácilmente porque los hombres no abundaban en mis amistades. Pero como nada nuevo hay bajo el sol, mi padre no podía pretender tenerme en el absoluto aislamiento de un colegio femenino. Yo tenía amigas (varias de las que aun conservo) y ellas si tenían hermanos y/o primos de nuestra edad... y todos sabemos lo que pasa cuando uno va a estudiar a las casas de las amigas (Nota para los que no saben o dicen no saber: 1. Uno no dedica más del 20% del tiempo efectivo de visita a estudiar. 2. Si la amiga tiene algún primo/hermano/amigo no tan feo - no tiene que ser un adonis - el porcentaje anterior se reduce al 5% o menos). Y pues en una de estas visitas comenzó mi interacción con hombres de mi edad... 


¿Y qué pasó????



Nada



Absolutamente nada.



Yo simplemente era la amiga gorda de mis amigas (casi ninguno de sus primos/hermanos/ amigos se aprendió por lo menos mi nombre,  así que mi dedicación a estudiar en la casa de mis amigas se mantenía en el 20%). ¿Qué hombre se iba a fijar en mi?. El más benévolo me saludaba mientras yo moría porque alguno me preguntara al menos la edad... Cuando iba a minitecas (en esa época así se conocían comúnmente las fiestas para menores de edad), bailaba solo cuando todos(as) salíamos a bailar en grupo en lo que fuera el reggaeton de la época (ya no recuerdo muy bien cuales eran los ritmos en furor ) o a saltar en las canciones de Maná (éxitos tales como "Me vale" y similares...). El resto del tiempo permanecía sentada, suplicando mentalmente para que primero el niño que me gustaba, o después, cualquier niño, me sacara a bailar. Nunca pasó. 

Siempre supe que mi inexistente éxito era resultado de mi gordura, de mi poca gracia (si hubiera sido flaca, tampoco habría sido bonita), de la consecuente timidez y de mi inevitable falta de sentido de la moda (en mi aislamiento o no sabía que era lo que estaba de moda, o no me lo compraban, o se me veía terrible). 

Así que mi adolescencia no fue una época buena para bailar. Eso sí, debo aclarar que como la ilusa que soy, si aprendí a bailar, primero con una prima y después en unas clases que mi papá (en un golpe de optimista modernismo) me regaló.

Ya en la universidad pude bailar un poco más, supeditada por supuesto a la disponibilidad de mis amigos sin novia o a que alguna de ellas no pudiera ir a algún evento. Afortunadamente mis amigos presentaban cierto comportamiento aleatorio en términos sentimentales, así que la relación entre canciones bailadas / canciones escuchadas aumentó considerablemente... No al 50%, pero al menos ya valía la pena salir. Sin embargo, en el fondo todavía me amargaba: ¿han visto como a veces uno sale con un grupo de amigos pero termina conociendo gente nueva y los jóvenes de otro grupo se acercan para hablar/conocer/bailar/tomarse algo con un@?... Pues a mi nunca me pasó algo así. Sólo me sacaban a bailar mis amigos. Si ellos me presentaban a sus amigos, éstos últimos, muy educadamente me saludaban y sacaban a bailar a alguna de mis otras amigas. 

Sin importar que ya bailaba un poco más, yo vivía amargada porque tenía (y tengo) en mi imaginario la idea de la conquista del siglo pasado: chico conoce chica, chica sonríe, chico invita a bailar a chica, chica acepta, chico y chica bailan como si no hubiera un mañana ... Yo sigo esperando el primer chico que espontáneamente me pida que bailemos como el primer paso para conquistarme.

Tengo 31 años y cada vez bailo menos. Gran parte de mis amigos y amigas se han casado, y no se si han notado que cuando la gente se casa es como si hubiera firmado una cláusula de exclusividad para fines de danza y baile. Ahora cuando salgo con mis amigos si no hay alguno soltero, simplemente voy de decoración porque de esa silla no me voy a mover a menos que sea para irme a mi casa. Mis planes tienden cada vez  más a tomar el té que a salir a bailar. 

Ahora bailo sola, usualmente sentada en mi oficina o en algún taxi, moviendo la cabeza y a veces los hombros mientras escucho mis canciones favoritas. Bailo en mi cuarto mientras organizo el clóset. Bailo en mis sueños y en las escenas que imagino antes de ir a dormir.

Espero haber bailado lo suficiente en esa vida pasada y haber disfrutado libremente de la música sin el complejo de ser una ballena que se mueve torpemente. Espero que en al menos una de mis vidas pasadas un príncipe azul se haya enamorado de mi mientras bailábamos perfectamente sincronizados.